♦│Opinión│Rol Profesional│El único capital que poseen los creadores, muchas veces son sus ideas. Y es muy difícil defenderlas. Los múltiples ataques que recibe la propiedad intelectual, vienen en muchos casos de la ignorancia y en otros tantos de la malicia. Más adelante estaremos explicando cuestiones mas prácticas para poder proteger nuestras ideas. por ahora arrancamos compartiendo a continuación una gran reflexión de un amigo y gran escritor, cuando en 2005 le pedí que me escribiera una columna de opinión en una de las revistas que dirigía. No tiene desperdicio..
El copyright: Una especie en extinción
Mi casa es mía. Sí, no hay duda; la heredé de mis viejos y éstos de mis abuelos, que la construyeron sobre un terrenito que le compraron a quién sabe quién, y éste a su vez, antes de dividirlo en lotes le compró el campo a algún oscuro terrateniente que lo recibió graciosamente de algún gobierno a cambio de vaya a saber qué «retorno», y si seguimos para atrás llegamos al que por primera vez puso el pie acá y dijo: «Esta tierra es mía» o «Reclamo esta tierra para la Corona de España» o alguna cabronada equivalente, lo cual hace que el origen de mi propiedad no sea muy legítimo que digamos.
Era tan pobre, que no teníamás que dinero…
(Joaquín Sabina)
Entonces me pregunto: ¿Mi casa es mía? No sé, pero las medias que llevo puestas sí, seguro. Las compré en el supermercado, que se las compró al fabricante, que las hizo con hilo de algodón cultivado en un campo sobre el cual un conquistador puso el pie y dijo: «Esta tierra es mía». Entonces tampoco estoy seguro de que mis medias sean del todo mías, como el teclado que estoy aporreando ahora, que es derivado del petróleo, que a su vez es lo que queda de los dinosaurios que se extinguieron hace un rato largo y se incorporaron a la tierra sobre la que otro conquistador puso la bota…
Tranquilo, «me digo» estamos en un sistema que reconoce la propiedad privada sin hurgar mucho en su origen. El que lo descubre es el dueño. Algo así como el contundente argumento que uno usaba de pibe: «¡Yo lo vi primero!» o «Pelito pa la vieja» o el más reciente y mejicano «¡Matanga dijo la changa!».
Con ese criterio, Clyde W. Tombaugh, el astrónomo que descubrió Plutón es propietario de un planeta, pero se lo tendría que disputar con Percival Lowell, que no lo descubrió, pero lo sospechó unos años antes. Desde el fondo de la historia los conquistadores se apropiaron de la tierra y de lo que producía. Después, el más poderoso se la arrebataba al más débil, o lo que es más o menos lo mismo, el más rico se la compraba barata al más pobre, o el más pobre se la compraba cara al más rico. Para la tradición, las leyes y las costumbres esto fue, es y será así, y no es ninguna novedad.
Pero en un sentido más absoluto, todas las cosas, cada átomo del universo le pertenece al que por primera vez lo creó, llamale como quieras: Big Bang, Naturaleza, Dios, Alá, Gehová, Zeus, Odín, Quetzalcoatl o Carlos Saúl.
Cualquier otro concepto de propiedad es legal, tradicional y consuetudinario y estoy de acuerdo en adoptarlo y aplicarlo, pero en el fondo de mi conciencia no me parece del todo legítimo.
Esto vale para las cosas.
¿Y las cosas que no son cosas? Quiero decir las cosas intangibles, que no están formadas por átomos ni moléculas, ¿de quién son? Evidentemente, aquí se puede aplicar el mismo criterio anterior, son del que las hace. Cuando el Creador le presta un poquito de su don de creatividad, al inventor le pueden salir cosas útiles como un asiento eyectable para helicópteros, saquitos de té impermeables o linternas a batería solar. O pueden inventar una cosa entre varios, como el automóvil, que lo vienen desarrollando desde la rueda y van a seguir hasta inventar limpiaparabrisas para las luces de posición.
Una idea… A veces una tontería a veces una genialidad… ¡Pero Nuestra!
Cuando el artista recibe el soplo de las musas puede hacer desde un cantito de tribuna hasta un disco de platino; desde una filmación casera hasta una película con doce nominaciones en Hollywood; desde una minúscula nota en una revista electrónica hasta un best seller mundial. Pero la canción, la novela o la película no se pueden guardar en una caja fuerte. Me refiero al contenido, no al disco, al libro o al rollo de celuloide. No hay nada que contenga eficazmente a una idea. Para quitarle a uno una cosa tangible lo tienen que asaltar. Para sacarle su casa, lo tienen que desalojar, que no es fácil. Pero para despojar a un artista de su obra no hace falta mucho esfuerzo: con piratear un libro, un video o un CD es suficiente; hoy en día hay copiado rápido para todo. Esta clase de propiedad privada, la propiedad intelectual, es un poco más legítima que la que se ejerce sobre las cosas tangibles, y sin embargo es la más vulnerable, la más desprotegida.
La creación artística pertenece al mundo de lo inmaterial, y ese ámbito fue devorado por el universo virtual, Internet, la red libérrima y anárquica en la que se venden, a espaldas del autor, ideas intangibles a cambio de un número de tarjeta de crédito, la única abstracción con el don de la convertibilidad.
¿Y el artista? Bien, gracias.
Cuando vaya a la estación de servicio, que le diga al empleado: «Llename el tanque, que te escribo un soneto…»
Luis Tarchinni