♦│HUMANWARE│Opinión│Pablo Zapata nos plantea en esta nota algunos conceptos que tienen que ver con superar los temores y prejuicios que la mayoría de la gente tiene a la hora de hacer música.
El juego de hacer música:
» Soy sordo», «No sirvo ni para tocar el timbre», «No nací con el “don”», «No puedo cantar ni en la ducha», «¿Teoría y solfeo?: ¡¡QUE TORTURA!!»
¿Quién no ha dicho o escuchado estas frases alguna vez?. La música parece ser para unos elegidos, unos pocos que nacieron con la magia de poder componerla o ejecutarla. Los demás mortales tendrán que conformarse con disfrutarla desde el lugar pasivo del escucha.
Los negros del sur de Estados Unidos, padres del jazz y la influencia negra que cambio la música de Occidente utilizan la palabra “play” para referirse a la acción de ejecutar un instrumento. Vaya paradoja, “play” también significa jugar. Para ellos, no parece tratarse de una ciencia extraña, solo disfrutable para dotados, sino todo lo contrario: es un juego. Un maravilloso juego que se puede aprender y disfrutar a cualquier edad. Desde un instrumento, con la voz que nos ha tocado en suerte, manipulando con destreza infantil un peine con un celofán o mediante un tenedor golpeando un vaso.
Todo es música. Siempre me gustó compararlo con otro juego: el fútbol, que también se puede disfrutar a cualquier edad. Tanto en una cancha profesional o mediante una tapita de refresco. Ni hablar de la legendaria pelota de trapo.
Allí también están los que enseñan el juego y sus reglas, los que enseñan jugadas a fin de que después los jugadores improvisen con su propia creatividad las suyas, los habilidosos, los virtuosos, los trabajdores, pero por sobre todo: los maestros.
Es cierto que si no me entreno, solo pateo un rato algún domingo con mis hijos en una plaza, difícilmente me convoquen para la selección, ni siquiera de un equipo de primera “c”. Pero no impedirá que pase una tarde maravillosa tirando algunos pases, haciendo algún gol, jugando chicos contra grandes, mujeres contra varones, en fin, disfrutando, que es lo importante a fin de cuentas.
En el transcurso de mi vida musical he pasado por unas cuantas instituciones educativas de música y he disfrutado y padecido todo tipo de metodologías de enseñanza. Aquellas que, comparándolo otra vez con el deporte que sabe ser pasión de multitudes, solo eran los referís que marcaban los fouls, las posiciones adelantadas, los penales, las tarjetas amarillas, y la “temida” tarjeta roja, no hicieron otra cosa que quedarse con la peor parte del “juego”, o quizás la parte donde no se juega. Olvidaban ser “maestros” y por ende transmitir experiencia, enseñar los pases, los tacos, las chilenas, las miradas cómplices, los tiros libres, las gambetas, los sombreros y los goles. Dejaban de lado el corazón de cualquier vínculo que teje el compartir algo con otros. La maravillosa oportunidad que nos da siempre un juego: disfrutar, aprender del otro y con el otro, divertirse, dar forma a un idioma común, ganar, perder o empatar y tener revancha. En definitiva, la ilusión de volver a ser chicos, aunque sea por un rato.
Pensar la música en eso términos también nos brinda ese abanico de posibilidades. Pero para eso habrá primero que entenderla como juego y animarse a jugar. Un maravilloso juego en el que también podremos ganar, perder o empatar, pero sobre todo seguir jugando. No hace falta ser BB King para disfrutar de un blues. Con solo tres acordes y una escala simple podemos jugar un rato. Ni ser Peteco Carabajal para tocar una zamba. Con dos acordes y un rasgueo simple cantamos todos. Con tres acordes de guitarra canturrear un tanguito y con otros tantos un rock.
Quizás la tarea del docente de música sea esa: ser Maestro, abrir las puertas e invitar a jugar… Pablo Zapata
No estoy en contra de la excelencia de ninguna manera. Ni de aquellos que estudian horas y horas de cada día durante años con la viva pasión y convicción de superarse a sí mismos. Como tampoco jamás estaría en contra de los Salinas, los Piazzolla o los Billy Evans. Ni de los Maradona, Zidane, Messi o Ronaldinho que se quedaban dos horas después de cada entrenamiento pateando tiros libres con el anhelo intenso de quien persigue la perfección. De igual manera que no entrenando deportivamente no aspiraríamos a una selección, tampoco tocando un instrumento un rato por semana nos imaginamos dando un concierto en el Colón o un recital en River.Pero si, a partir del juego, evitaríamos prejuicios y preconceptos y despertaríamos en muchos el deseo de abrazar la música como una actividad profesional, con lo que eso implica: horas de trabajo, años de esfuerzo y dedicación. La diferencia es el punto desde el cual nos paramos a la hora de comenzar a desandar un camino que combina la curiosidad ante lo desconocido y la satisfacción de las conquistas con cada acorde que se vuelve melodía. La clave es concebir el aprendizaje desde otro punto de vista, donde no esté vedado el disfrute. No cerrar puertas, no plantear la música como una actividad para elegidos o dotados sino como un juego al que estamos todos invitados.En fin: disfrutar un rato de una de las cosas más lindas y a mano que tiene el hombre desde siempre. Quizás la tarea del docente de música sea esa: ser Maestro, abrir las puertas e invitar a jugar…