«- ¿En qué ocupa usted su tiempo cuando no tiene concierto? -me preguntó ingenuamente, en un cóctel, cierta señora que llevaba muchos años escuchando conciertos sinfónicos.
La impresión que me produjo la pregunta fue tan profunda que desde entonces he venido observando las curiosas y erróneas ideas que circulan sobre las actividades de un director de orquesta. Algunas cartas recibidas confirman esta opinión. En una de ellas, una dama me sugería que adelantase la hora del próximo concierto para permitir que el público llegara a tiempo a la presentación de la nueva colección de un gran modisto. En otra, un caballero, tras felicitarme por un concierto a modo de introducción, apuntaba que había admirado especialmente la actuación de una bella señorita, y me rogaba que le contase cuanto de momento supiera de ella.
Ante la repetición de hechos parecidos decidí escribir este bosquejo con destino al buen aficionado, quien si bien no ha llegado nunca, ni llegará, e extremos semejantes, carece de algunos conocimientos que permiten un auténtico entendimiento de la función del director de orquesta.
Mas no hay que extrañarse demasiado por ello. Dentro de la propia profesión musical es corriente y lógico, que cada músico no domine todas las ramas de su arte. Existe la creencia, bastante extendida, de que cualquier músico profesional puede dirigir una orquesta, cuando entre los compositores -el grupo que se halla mejor preparado para conocer el contenido de una partitura- se encuentran fácilmente algunos que, al igual que Beethoven, cuando dirigen entorpecen a los músicos en lugar de ayudarles. La causa de tal creencia reside, principalmente, en el complejo carácter de la actividad del director de orquesta. En general se enfoca ésta desde un solo ángulo, actitud bastante comprensible si se tiene en cuenta el inmenso terreno que abarca el estudio de la dirección de orquesta.
El propio carácter de la música determina la necesidad del director de orquesta. En las artes plásticas el creador puede presentar directamente su obra al público, pero no ocurre lo mismo con la música, donde entre la creación de una obra y su apreciación por el público, pasa la composición a través de un tercer elemento: el intérprete. Enrique Jordá
Para cumplir su cometido, el director de orquesta debe, tras estudiar la partitura, comunicar a los ejecutantes en los ensayos su concepto de la obra y transmitir, durante el concierto, el mensaje de la misma a través de su modo sonoro. La realización de estas tres fases requiere conocimientos que van de la composición musical a la psicología, del dominio de un instrumento a la metafísica, de ciertos fenómenos físicos a las ciencias históricas y a las disciplinas estéticas.
El propio carácter de la música determina la necesidad del director de orquesta. En las artes plásticas el creador puede presentar directamente su obra al público, pero no ocurre lo mismo con la música, donde entre la creación de una obra y su apreciación por el público, pasa la composición a través de un tercer elemento: el intérprete. El compositor, para transmitir su obra, procede por un camino indirecto, fijándola por medio de una escritura convencional; las notas que indican la altura y duración, ambas relativas, de los sonidos. La obra queda así inmovilizada, y su contenido existe, por emplear una expresión stravinskyana, solamente «en potencia». Para que esta existencia gráfica posea vida real es necesaria una ejecución que transmita a través de unas ondas, para ser apreciada por el oyente, la idea musical. Sin este movimiento, duración y vida, la obra no existe más que en estado latente e ideal.
Sólo ciertos músicos que poseen los conocimientos necesarios pueden leer una partitura «in petto», imaginándose el resultado de su ejecución.
Las composiciones, antes del siglo XVIII, apenas viajaban fuera de los lugares donde habían sido creadas. Su ejecución, o dirección, recaía con gran frecuencia en manos del compositor. Hoy las obras se desplazan por los cinco continentes si la presencia de su autor, originando la necesidad de un intérprete y, en el caso de obras orquestales, de un director de orquesta, quien reúne y canaliza las funciones de los ejecutantes. Éste no vela solamente que aquellos ejecuten fielmente el texto, sino que determina, a menudo por propia iniciativa, el sentimiento general de la composición.
Robert Schumann afirmó, en sus escritos, que para comprender a un genio es necesario ser otro genio. Sin elevarnos a tales alturas, me parece justo afirmar que sólo se puede dirigir bien lo que se comprende bien. Pero aquí rozamos un punto a veces confuso: la distinción entre el ejecutante y el intérprete.
Una orquesta, al contrario, sería incapaz de ejecutar una obra tan conocida como la Quinta Sinfonía de Beethoven, aunque sus instrumentistas fueran artistas de la misma altura que los del quinteto mencionado. La dificultad no estriba en la calidad de los ejecutantes, sino en el número de ellos. Existe un límite que, al rebasarlo, impide que la orquesta actúe como un organismo singular, y solamente un director podrá inculcar la homogeneidad precisa. Enrique Jordá
Son numerosas las personas que tocan algún Nocturno de Chopin, pero ¿cuántas de ellas no se limitan a procurar que cada nota suene a su debido tiempo con el justo volumen sonoro: a ejecutarle? En cambio, un auténtico músico, un intérprete, penetrará primero dentro del sentido musical y poético de la composición, y solamente utilizará la técnica después poniéndola al servicio de la interpretación.
Nunca olvidaré un comentario expresado durante el concierto dirigido por un director de orquesta invitado que incluyó en el programa «El mar», de Debussy. El director de orquesta titular, una de las figuras francesas más prestigiosas, se hallaba presente. Al terminar la ejecución de «El mar», una de las personas que le acompañaban inició el siguiente diálogo:
– Maestro, ¿qué le ha parecido?
– ¡Magnífico! Sólo me faltó una cosa.
– ¿Cuál?
– Debussy.
Nada puede ilustrar mejor la diferencia entre un conjunto de sonidos y la música, entre una ejecución y una interpretación.
Me han preguntado con frecuencia si una orquesta precisa de un director. La pregunta es menos ingenua de lo que parece. Un quinteto, incluso cuando ejecuta obras erizadas de dificultades, puede lograr el conjunto si sus componentes conocen perfectamente la composición que ejecutan. Una orquesta, al contrario, sería incapaz de ejecutar una obra tan conocida como la Quinta Sinfonía de Beethoven, aunque sus instrumentistas fueran artistas de la misma altura que los del quinteto mencionado. La dificultad no estriba en la calidad de los ejecutantes, sino en el número de ellos. Existe un límite que, al rebasarlo, impide que la orquesta actúe como un organismo singular, y solamente un director podrá inculcar la homogeneidad precisa. Para ello es necesario un don natural, y el director que posea todos los conocimientos musicales unidos a la más vasta cultura, pero que sea incapaz de transmitir e imponer sus ideas a la orquesta, fracasará lamentablemente en su cometido.
El director de orquesta combina las funciones de ejecutante e intérprete. En realidad esta última preceda a todas las demás y aparece en la primera de las tres fases señaladas, que cubren la actividad del director. Este bosquejo trata solamente de problemas referentes a esta fase.
Se tratará aquí del estudio de la partitura, el pensamiento artístico del autor y, para apreciar del modo más claro su contenido, éste será analizado separando sus diversos elementos para integrarlos, finalmente, en la más estricta unidad.
Quizá se pudiera argüir que tal procedimiento debe conducir fatalmente a una interpretación intelectual, racionalista y, por lo tanto, seca. Tal hipótesis sería falsa. Hay que tener presente que aquí sólo se trata de la fase anterior a la dirección: la del estudio. La motorización de los elementos afectivos acontece solamente durante la segunda etapa, y durante la fase final, el concierto, los elementos espontáneos y subconscientes son tan importantes como los conscientes y deductivos.
Si alguno de mis colegas lee estas páginas, le ruego me excuse algunos párrafos donde expongo ciertos aspectos primarios de nuestra actividad. No me dirijo a ellos, reitero el deseo de comunicarme con un círculo más extenso, del que forma parte el buen aficionado. Quizá este bosquejo pueda también ser útil a los jóvenes directores y a quienes practican, como ejecutantes, al arte musical, ya que muchos de los temas debatidos se refieren tanto a la música sinfónica como a otras esferas de la música instrumental.
No aspiro a dar fórmulas o a presentar un catecismo dogmático. Mucho menos espero llegar a conclusiones definitivas de carácter práctico. Se trata solamente de dar a conocer algunos de los esfuerzos de los directores de orquesta durante las largas horas de preparación y estudio. Por otra parte, el presentar fórmulas llevaría consigo la anulación de uno de los mayores atributos del intérprete: la libertad de elección, que no se debe confundir con el derecho a hacer a hacer con la obra lo que a uno le plazca. Esto sería confundir libertad con licencia. Entiendo por libertad interpretativa la facultad de poder decidir, sin coerción exterior, el sentido de la obra. El intérprete, tras informarse, juzga los valores constitutivos de la obra, dándoles su exacta importancia, y decide, actuando libremente, su interpretación: la menor falta de sinceridad que ella pudiera encerrar denotaría una ausencia de conciencia artística.
Las dificultades que nuestro tema presenta aumentan al encerrarlo dentro de los límites que me he trazado. Algunos de los elementos mencionados son indefinibles. Si los estudios de conjunto son muy escasos, creo que en castellano no existe ninguno, aunque una copiosa literatura ha iluminado algunos de los temas aquí tratados. (…)
Un rápido repaso histórico renovará nuestro contacto con los dos elementos fundamentales que se confrontan a lo largo de mi trabajo: la partitura y el director en la fase actual de la evolución de su arte, del que opinaba Richard Strauss: «La dirección es, al fin y al cabo, un asunto difícil -¡hay que tener setenta años para darse plenamente cuenta de ello!»
Anexo: Los invitamos a ver a dos grandes directores de orquesta de distintas épocas trabajando el problema del Balance de Dinámicas (matices) en un ensayo de orquesta. El gran director Georg Solti de la Filarmónica de Berlin en pleno ensayo de dinámicas:
En este segundo ejemplo se trabaja no solo dinámica y balance sino también articulación y fraseo, ¡con mucho mejor humor!
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